La inteligencia emocional desempeña un papel muy importante en el desarrollo psicosocial de nuestros alumnos: por un lado, en la adaptación y funcionamiento social; y por otro, en el proceso de aprendizaje del alumno. Un buen conocimiento y manejo de las emociones puede suponer una facilitación de los procesos cognitivos vinculados al aprendizaje.
Actualmente existe un alto grado de acuerdo en el reconocimiento de, al menos, siete categorías emocionales básicas (Iglesias, Naranjo, Picazo y Ortega, 1984): la alegría, la ira, el miedo, la sorpresa, el desagrado, la tristeza y el interés o atracción. Tanto las siete categorías emocionales anteriormente citadas, como cualquier categoría emocional, deben de definirse, según Izard (1991), por una serie de características que toda emoción básica debe cumplir como son: 1) tener un sustrato neural específico y distintivo; 2) poseer una expresión o configuración facial característica y propia; 3) relacionarse con sentimientos y experiencias subjetivas determinadas y únicas; 4) vincularse a procesos evolutivos de la especie; y 5) mover conductas que favorezcan la adaptación al entorno.
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